Existes en mí, dentro de mis manos
que recrean tu rostro, que guardan
el último relieve de tus ojos, de tu cuello
de tus hombros. No desapareces al decirme
adiós, al dormirte en mi cálido pecho
despreciando las estrellas. Existes en mí,
te guardo para seguir viéndote aun cuando
ya no estas, para seguir amándote,
continuando este poema que es quererte.
Te amo más allá del sexo, más allá
del lascivo espacio que separa nuestros cuerpos
cuando yacemos semidesnudos en mi cama,
deseando mordernos mutuamente.
Existes en mí, como mi propia Eurídice
esperando que vuelva a mis infiernos
a recogerte,
no puedo dejar de mirar atrás.
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Hace frio después del amor, cuando
el sudor pertenece al vacío y los jadeos
introducen el más callado silencio, pienso que solo
hace diez segundos aún lamia tu espalda, aún
bebía de tu salada piel. Apenas reconozco
mis piernas entre las tuyas, en esta dichosa tregua
de besos que han firmado nuestras bocas.
Me parece más suave tu cuerpo en la penumbra,
cuando se despereza desnudo, lentamente. Acabamos
y nuestros cuerpos siguen fundidos en el mismo abrazo,
siguen tus pupilas
buscando las mías y vuelves a susurrarme que me amas
mientras
tiernamente
arañas mi costado,
acaricias todo mi cuerpo, como si quisieras
grabarlo en las palmas de tus manos,
yo, beso tu frente
y con mis dedos peino tu cabello.
———————————.
No es la piel lo que yo habito
cuando te toco los blancos muslos
el alma blanca, ni la vida que muerdo
con mis dientes y estrangulo con mis manos,
no eres tú la que está
sentada frente a mi desnuda
anhelante
mirándome pasear por el cuarto
buscando un lunes donde perderme.
Tú ya no estás aquí
anhelante.
No.
No es la piel lo que yo habito
al besarte los parpados dormidos
los sueños dormidos.
Dormidos,
susurrando amaneceres
que no han de llegar, perdidos,
en la monotonía de preparar café
y hablar de lo que será el día
cuando amanecemos juntos sin mirarnos,
cuando nos duchamos separados,
cuando cada uno usa su toalla,
su taza de café,
su vida.
No es esta piel lo que yo habito.
No es esta piel.
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Mucha noche para tanta ausencia,
para el vacío de los árboles, para la bruma,
para este folio que me reta, cuando te trae
aún casi cansada.
Perdón, he de dormir.
Buenas noches tengas
y en tu lecho, aquél que transité desnudo
con mi cuerpo y tu sombra, aún recuerdes mi aroma,
mi pelo, el sabor de mi carne, para que en sueños
te atormente, como la mala música,
como los vendedores de clínex
a la entrada de Alicante, pero buenas noches,
muñeca de trapo; buenas noches
hojarasca, tundra, mármol;
buenas noches, alma.
Solo
amo
ríos
ausentes.
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“Vivamus, mea Lesbia, atque amemus…”
Catulo.
Te acercas sigilosa, girando las verdes palmas,
moviendo las negras sombras.
Silencio.
Te escondes en el brillo del sol
y te escucho susurrarme, Lesbia.
Oh! Amor mío, hoy solo te pediré
un beso, pero dámelo con ternura,
dulcemente. Si quieres, antes, alborota
mi cabello y ríe, más no pierdas el tiempo,
apresúrate a la hora de besarme.
Túmbate, que estamos solos,
desnuda, junto a mí en esta playa de madera,
que la brisa acaricie tu cuello y el sol
descanse en tus pechos junto a mi cabeza,
que la arena templada cubra tu vientre.
Acaríciame, Lesbia, los ojos cerrados,
los labios cerrados, más apresúrate,
no pierdas el tiempo a la hora de besarme.
Un largo pasillo por donde transita mi cuerpo, tienes
entre tus manos. Una ancha mirada hace las veces
de recibidor a tu alma, blanca alma cargada de crepúsculos.
Mil bahías habitan tus piernas; tus senos,
como acantilados amables, se muestran
a mis ojos, pausados, terriblemente hermosos, cargados
de un poco de rabia melancólica
mezclada con la luz de un amanecer.
Te amo y soy feliz solo por ello. Adoro
tu breve caminar desnudo sobre mi cuero, como aquellas meriendas
después de adornar nuestras mejillas con besos
donde recostábamos nuestras sonrisas de sacristía junto a los misales
y dejábamos que Dios se tomara la tarde libre.
Poca moral manchada de domingos.
He decidido cambiar tu nombre, no volver a llamarte Alma,
llamarte lluvia quieren mis manos, calles mojadas
a primeros de octubre lejos de mi casa y cerca
de la tuya.
Tiene tu cuello mojado en vilo a mi barro,
nerviosa yace mi cama esperando tu cuerpo cadente
junto a las sillas que sujetan
el peso de tus tobillos, amor (ahora creo que ese es tu nombre)
vences con tu risa el hambre de la noche, el ansia de querer
recorrer el agua como un navío que desea hundirse entre la suavidad
de tu pelo.
Tierra como la que me muestran tus muslos, tierra
para cavar mis sueños en tu bajo vientre, tierra
para mojar mí barro con tan solo rememorar la tierra que te rodea.
Un largo pasillo por donde transita mi cuerpo tienes
desde tus densos cabellos
hasta tu reconciliación con tu lado humano,
un largo pasillo.
Quererte (ya no puedo) entre
tus labios, si solo en sueños
apareces para arrancarme la paz
y romper mi descanso.
Sal, que tú nombre aún suena
en mi boca.
No te vayas. Quererte (no puedo,
lo juro, no puedo) dentro de tu
fino cuerpo. Ramas rotas en invierno;
pero qué lástima que solo
cuando duermo, aparecen
tus leves manos, tu ondulado
pelo (no puedo) niña ayer
que te vi madurar, mujer
hoy de tersos pechos, solo
en sueños oigo tu voz, solo
la noche, testigo de tu vientre,
te devuelve a la vida
(no puedo).
Quererte, sin ver tus piernas andar
hacia ninguna parte, sin ver
tus ojos leer este poema, sin
inclinarse tu cuello hacia
mis labios calientes que ruegan
besos
(no puedo, entre la niebla
y el sueño,
no puedo).