Nacida en la pintoresca ciudad de Lucca, en plena Toscana, durante los años 70, Vincenza Dergamases mucho más que una diseñadora de joyas. Es una artista cuya obra refleja la esencia de su tierra natal y su profundo amor por la belleza y la armonía. Creció rodeada de la riqueza natural de la Toscana: los campos verdes, los viñedos y los animales, un entorno donde el arte era casi un miembro más de la familia. En su hogar se respiraba creatividad, y ese ambiente moldeó el espíritu inquieto y apasionado de Vincenza desde una edad muy temprana.
La tranquilidad de su infancia, marcada por recuerdos de sus abuelos –personas humildes y trabajadoras que vivieron los duros años de la posguerra– y la compañía de sus dos hermanos, ambos ahora artistas contemporáneos, le dejó un legado de resiliencia y aprecio por las raíces. Era inevitable que Vincenza se sintiera atraída por el arte. Estudió en Florencia, donde profundizó en las técnicas más exquisitas, como la del pan de oro, y cultivó una conexión íntima con la restauración y la creación artística.
Con 36 años, Vincenza se casó con David, su compañero de vida y constante apoyo en su carrera artística. Aunque al principio desarrolló su profesión en Lucca, la inquietud por explorar el mundo y su deseo de independencia la llevaron a buscar nuevos horizontes. Junto a David, recorrió diferentes rincones de Europa, encontrando en Barcelona y Sitges una chispa especial. Fue durante estos viajes donde Vincenza descubrió el mundo de la meditación, la filosofía ayurveda y la paz que transmite la montaña, elementos que ahora impregnan tanto su arte como su forma de vida.
Una de las etapas más significativas de su carrera comenzó con su fascinación por el cristal de Swarovski y el cristal de Bohemia. Enamorada de la luz que desprenden estas piezas y los colores vibrantes que reflejan, Vincenza comenzó a coleccionar cristales, permitiendo que su creatividad desbordante se manifestara en diseños únicos. Con cada combinación, daba vida a joyas que parecían capturar la esencia misma de la luz y el color. Esta pasión fue el germen de un negocio que hoy se expande más allá de las fronteras: Francia, Alemania, Suiza y, recientemente, Abu Dhabi, donde Vincenza está explorando nuevas oportunidades.
El deseo de Vincenza por innovar la llevó a trabajar con perlas, un material que muchas de sus clientas le pedían. Inspirada por la elegancia y la atemporalidad de las perlas naturales, comenzó a desarrollar piezas que combinan cristal con acabados que emulan la perfección de las perlas. Este nuevo capítulo en su carrera es una muestra de su capacidad para reinventarse y escuchar las necesidades de quienes valoran su arte.
Detrás de la artista, también hay una mujer profundamente conectada con su espiritualidad y sensibilidad. Su filosofía de vida taoísta y ayurvédica guía cada uno de sus pasos, recordándole siempre la importancia de fluir con el universo. Vincenzaencuentra inspiración en pequeñas grandes cosas: en la música del piano, como las evocadoras bandas sonoras de Michael Nyman (El Piano), o en películas que han dejado huella en su visión del mundo, como Matrix.
Cuando se le pregunta por una frase que la define, su respuesta es tan sencilla como poderosa: “Agarra cada cosa abriendo la mano.” Una invitación a vivir con apertura, a aceptar lo que la vida trae sin aferrarse, y a dejar que la creatividad fluya libremente.
Hoy, Vincenza Dergamas no solo es una diseñadora y creadora de joyas; es una maestra del arte del color y la luz, una visionaria que ha sabido transformar su pasión en piezas únicas que reflejan su esencia y su historia. Su vida y obra nos enseñan que la belleza está en los detalles, en la conexión con uno mismo y en la capacidad de transformar lo cotidiano en extraordinario.