La Navidad, una de las fechas más esperadas del año, por fin llega, y como cada año, las calles se transforman, iluminándose con destellos y adornos en cada rincón.
Son fechas de celebración, alegría e ilusión. Especialmente para los más pequeños, que viven las Navidades con gran entusiasmo e inocencia. En la mirada de los niños, con su gran capacidad para soñar, los adultos podemos observar el brillo de ilusión en sus ojos, el cómo observan el mundo como si fuese la primera vez.
Los niños esperan con ansias esta festividad y nos contagian la ilusión a todos nosotros. Ya sea la ilusión con las luces, colocando el árbol de Navidad, visitando el mercadillo de la Plaza Mayor, montándose en un tiovivo, patinando sobre hielo, etc.
El reflejo de la ilusión de los niños nos muestra el principal motor de la vida. Y es que una vida sin ilusión, se torna negativa, vacía, apática. No obstante, en estas fechas, la ilusión nos recuerda la esencia de la Navidad: el recuerdo del nacimiento de Jesús y el poder reunirnos con nuestros familiares; los pequeños gestos que nos brindan, ya sea un abrazo, un beso, un villancico cantado entre todos, la alegría de los niños, disfrutar de una buena comida en familia, que nos den un detalle pensado expresamente para nosotros… La esencia de las pequeñas cosas.
Sin duda, el regalo más preciado que los niños nos dan en Navidad es la capacidad de creer de nuevo. Creer en lo imposible, creer en el misterio de la vida, en que siempre puede ocurrir algo que nos sorprenda. Mientras los adultos cargamos con heridas e incertidumbre, los niños comienzan siempre de nuevo, con ilusión y asombro.
De cualquier forma, los niños hacen que la Navidad cobre un significado mágico. Y al observarlos, quizás podemos recuperar una parte de esa ilusión olvidada. Podemos recordar cómo era mirar el árbol de Navidad con los ojos de un niño, cómo preguntábamos una y otra vez con una incesante curiosidad de dónde viene Papa Noel o los Reyes Magos, si nos hemos portado bien para poder recibir regalos… Imaginarnos a nosotros mismos en nuestra infancia y cómo vivíamos la Navidad, nos puede hacer recuperar a nuestro niño interior y ayudarnos a vivir con alegría estas fechas tan destacadas.
La Navidad, al fin y al cabo, es una tradición entre generaciones, donde los más pequeños nos enseñan, sin saberlo, a redescubrir la magia de lo sencillo y lo auténtico. Nos invitan a detenernos, a valorar esos pequeños detalles y momentos.
La Navidad es, sobre todo, un recordatorio de que la ilusión no tiene edad. Es un regalo que podemos seguir dando y recibiendo, siempre que sigamos mirando el mundo con los ojos de un niño.